domingo, 28 de agosto de 2016

Sesión de Aprendizaje: 
Planificamos una crónica sobre la 
Multiculturalidad

Estimada alumna, lee en silencio y contesta las preguntas en tu cuaderno:

Imaginemos que el hombre descubre un nuevo planeta y se solicita voluntarios para ir a reconocer ese planeta.
Los que nos quedamos en la Tierra quisiéramos saber cómo es ese planeta, ¿no? Entonces los que realicen el viaje nos enviarán relatos de lo que “han visto”. 
Pero sucede que los habitantes de dicho planeta no están de acuerdo con lo que afirman los lejanos visitantes así que ellos también empiezan a producir sus versiones de que su propio contexto. 
En ambos casos, originarios y foráneos tienen dos grandes retos:

¿Es común/sencillo entender a los que son diferentes a nosotros?
¿Cómo explicas un hecho que para ti puede ser común a alguien que no es de tu contexto, que ni siquiera puede imaginar tu contexto?

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Recuerda que las crónicas han de buscar las historias particulares de personas que necesitan ser atendidas. Como diría el escritor Carlos Monsivais, desde un aspecto moral:
(La crónica da) voz a los que no la tienen: los pobres, los indígenas, las mujeres discriminadas, los jóvenes desempleados, los trabajadores migratorios, los presos, los burócratas menores, los campesinos.

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Te recomiendo que leas el siguiente texto, es otro ejemplo de una crónica Los últimos iskonawas” de Marcos Sifuentes, esta crónica periodística le valió al periodista el premio Salwan, que recompensa los reportajes
periodísticos sobre pueblos indígenas amazónicos:

"LOS ÚLTIMOS ISKONAWAS"

Ya casi nadie habla el idioma iskonawa: solo cinco ancianos, dos de ellos sordos. Cuando mueran, con ellos se extinguirán sus canciones, sus cuentos, sus piropos, su forma de pensar, todo. Será el fin de su mundo. Esta es la historia final del pueblo iskonawa y de cómo un puñado de personas en Ucayali está intentando rescatarlo de las cenizas.
Texto: Marco Sifuentes / INFOS
Fotografía: José Vidal


EN EL INICIO DE LOS TIEMPOS, el páucar asesinó a todos los jóvenes que se le acercaban, disparando las plumas de su cola como flechas.
—¡Chiseketereeee! —decía acribillando a decenas de jóvenes desnudos, que caían muertos al pie de su árbol, un gigantesco árbol de maní—. ¡Ashpaketereeeee!
Cuando ya no quedaba casi nadie vivo, se acercó un anciano hechicero al árbol gigantesco. El páucar lo miró un rato con sus ojos azules y luego le apuntó con la cola negra y amarilla. —¡No me matas! —gritó el anciano, llamado Hanobo—. Solo quiero tu maní.

El páucar, agradecido de que por fin alguien se dignara a hablar con él, no solo dejó que el hechicero y su gente recolectaran el maní. Además, les enseñó a sembrar, a cocinar sus alimentos y a preparar la uma (un especie de chicha de maíz fermentado y plátano maduro).
Desde ese día, la gente de Hanobo se llamó a sí misma “iskobakebo”, que significa “Hijos del Páucar”.
Ahora, las tres últimas descendientes de Hanobo llaman a su pueblo “iskonawa” (algunos escriben isconahuas). “Isko” es páucar y “nawa” es foráneo, extranjero o, quizás, exiliado.
(…)
Los shipibos y los iskonawas hablan idiomas parecidos pero distintos.

HACE TRES AÑOS, el lingüista Roberto Zariquiey, especialista de la PUCP en lenguas amazónicas, estaba trabajando su tesis de doctorado en Ucayali, cuando le pidieron ayuda para una shipiba. Zariquiey fue al hospital de Yarinacocha y allí conoció a Nelita Campos, que estaba muy grave.
—Yo no soy shipiba —le dijo Nelita cuando empezó a recuperarse—. Iskonawa soy.
A Zariquiey se le encendieron todas las alertas.
¿Quedaban iskonawas vivos? En algunos catálogos idiomáticos el iskonawa figura como extinto. Los iskonawas contactados en los 50 se habían desvanecido, desperdigados por todo Ucayali.

Por medio de Nelita, durante tres años Zariquiey se dedicó a reunir a los últimos iskonawas "contactados".
Su proyecto: la documentación, el registro y la revitalización del idioma iskonawa. A través de la PUCP, donde es profesor del Departamento de
Humanidades, y la Tufts University, consiguió un financiamiento de la National Science Foundation. 
Según The Economist, salvar un idioma cuesta 192 mil dólares por un trabajo de tres años. Zariquiey y su compañero José Mazzotti, investigador de la Tufts, no han conseguido tanto dinero. Pero tienen un plan.

ANTEAYER, llegamos al Zambito, una ex discoteca convertida en albergue en el caserío de San José, a 40 minutos de Pucallpa. Aquí, una decena de iskonawas, reunidos desde distintos rincones de Ucayali, está
trabajando junto a Zariquiey, que les paga una remuneración semanal por su tiempo.
De los diez, solo cinco, los más viejos, hablan iskonawa fluidamente y aseguran pensar en ese idioma. De ellos, dos, los varones, están casi sordos. José Rodríguez, que alguna vez se llamó Chibi Kanwa, se sienta y mira al grupo con una sonrisa. Pablo Rodríguez, esposo de Nelita desde que ella tenía 10 años y él 15, escucha un poco mejor pero, la verdad, tampoco aporta mucho.
—Ya está viejo mi marido —se ríe Nelita.
Lo cierto es que las mujeres iskonawas parecen envejecer mucho mejor que los hombres. Nelita, que ya debe pasar los 60 años, conserva una larga cabellera azabache. Más sorprendente aún es Juanita, la mayor
del grupo, que ya tenía hijos cuando llegaron los misioneros en el 59 y que tiene solo una que otra cana por allí.

"Mi irukuin" es una forma encantadora de expresar simpatía, afecto, cariño. Si el iskonawa desaparece, nadie volverá a piropear así a nadie. Nunca más. Esa forma de amor se habrá perdido para siempre.
Salvar lenguas es, cada vez con mayor apremio, una emergencia cultural en un mundo en el que, gracias a la globalización, algunos calculan que el 90% de idiomas habrá desaparecido dentro de 100 años.
En el Perú, tenemos una gran riqueza idiomática: según la Unesco, albergamos más de 60 lenguas, la mayoría amazónicas (un fenómeno curioso: en las zonas calientes del planeta hay más diversidad de idiomas).
La mayoría de ellas, también, en serio peligro de extinción.

Los iskonawas que trabajan en el Zambito se han dado cuenta de que rescatar su idioma también tiene un lado práctico. Necesitan hablar iskonawa para demostrar que pertenecen a una etnia con derechos.

Durante décadas, hablar iskonawa fue motivo de vergüenza, una evidencia de su pasado "calato". Para adaptarse tuvieron que aprender y usar el shipibo. Por eso, aún hoy, que se han convencido de la importancia de su propio idioma, a los iskonawas les cuesta no mezclarlo con el shipibo.
Salvar un idioma no es fácil. Especialmente si solo quedan tres personas que lo usan para pensar.
(…)
La única pequeña luz de esperanza se llama Ian, el nieto de Nelita, de 3 años, que corretea por ahí hablando un poco de iskonawa. El mundo de los Hijos del Páucar se niega a morir.
Ya nos hemos despedido cuando Juanita, Isabel y Nelita nos sacan a bailar un último rewinki. Bailamos abrazados en círculos. Ellas cantan una melodía que suena a pájaros, a felicidad y a hasta luego. Me da vergüenza preguntar por la traducción.

domingo, 21 de agosto de 2016

Sesión de Aprendizaje: Reflexionamos sobre las crónicas como manifestaciones de multiculturalidad




Crónica de una muerte anunciada
Gabriel García Márquez

- Fragmento -


El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros. «Siempre soñaba con árboles», me dijo Plácida Linero, su madre, evocando 27 años después los pormenores de aquel lunes ingrato. «La semana anterior había soñado que iba solo en un avión de papel de estaño que volaba sin tropezar por entre los almendros», me dijo. Tenía una reputación muy bien ganada de intérprete certera de los sueños ajenos, siempre que se los contaran en ayunas, pero no había advertido ningún augurio aciago en esos dos sueños de su hijo, ni en los otros sueños con árboles que él le había contado en las mañanas que precedieron a su muerte.

Tampoco Santiago Nasar reconoció el presagio. Había dormido poco y mal, sin quitarse la ropa, y despertó con dolor de cabeza y con un sedimento de estribo de cobre en el paladar, y los interpretó como estragos naturales de la parranda de bodas que se había prolongado hasta después de la media noche. Más aún: las muchas personas que encontró desde que salió de su casa a las 6.05 hasta que fue destazado como un cerdo una hora después, lo recordaban un poco soñoliento pero de buen humor, y a todos les comentó de un modo casual que era un día muy hermoso. Nadie estaba seguro de si se refería al estado del tiempo. Muchos coincidían en el recuerdo de que era una mañana radiante con una brisa de mar que llegaba a través de los platanales, como era de pensar que lo fuera en un buen febrero de aquella época. Pero la mayoría estaba de acuerdo en que era un tiempo fúnebre, con un cielo turbio y bajo y un denso olor de aguas dormidas, y que en el instante de la desgracia estaba cayendo una llovizna menuda como la que había visto Santiago Nasar en el bosque del sueño. Yo estaba reponiéndome de la parranda de la boda en el regazo apostólico de María Alejandrina Cervantes, y apenas si desperté con el alboroto de las campanas tocando a rebato, porque pensé que las habían soltado en honor del obispo.
(…)
La última imagen que su madre tenía de él era la de su paso fugaz por el dormitorio.
La había despertado cuando trataba de encontrar a tientas una aspirina en el botiquín del baño, y ella encendió la luz y lo vio aparecer en la puerta con el vaso de agua en la mano, como había de recordarlo para siempre. Santiago Nasar le contó entonces el sueño, pero ella no les puso atención a los árboles.
-Todos los sueños con pájaros son de buena salud -dijo.

Lo vio desde la misma hamaca y en la misma posición en que la encontré postrada por las últimas luces de la vejez, cuando volví a este pueblo olvidado tratando de recomponer con tantas astillas dispersas el espejo roto de la memoria. Apenas si distinguía las formas a plena luz, y tenía hojas medicinales en las sienes para el dolor de cabeza eterno que le dejó su hijo la última vez que pasó por el dormitorio. Estaba de costado, agarrada a las pitas del cabezal de la hamaca para tratar de incorporarse, y había en la penumbra el olor de bautisterio que me había sorprendido la mañana del crimen.

Apenas aparecí en el vano de la puerta me confundió con el recuerdo de Santiago Nasar. «Ahí estaba», me dijo. «Tenía el vestido de lino blanco lavado con agua sola, porque era de piel tan delicada que no soportaba el ruido del almidón.» Estuvo un largo rato sentada en la hamaca, masticando pepas de cardamina, hasta que se le pasó la ilusión de que el hijo había vuelto. Entonces suspiró: «Fue el hombre de mi vida».



Sesión de Aprendizaje: Explicamos la presencia del narrador en los textos narrativos






                                La Carachupita Shitarera

            Cuando una carachupa (armadillo) estaba pescando shitaris en un río, se le acercó un tigre y le dijo: “Sobrino carachupa”, regálame un shitarillo”. Y la carachupa le regaló dos.

           Como el tigre le pidiera más y más, la carachupa le dijo : “ Tío, ya vas a acabar mi shitarillo; entra tú también al río a buscar”.

        El tigre (otorongo) se metió al río, pero no podía pescar shitaris, porque flotaba demasiado. Entonces, la carachupa de dijo: “ Tío, voy a buscar una soga en el monte para amarrarte 2 piedras en el pescuezo, y puedas así “buzar” en el río y agarrar shitaris”.

         La carachupa regresó del bosque trayendo una soga y le amarró al tigre 2 grandes piedras en el pescuezo. Este con el peso, se hundió por completo en el río y se iba a ahogar, pero con manotadas y sacudones logró romper la soga y libertarse, persiguiendo inmediatamente a la carachupa, la cual al darse cuenta del peligro, corrió y se subió a un árbol, llevando una piedra grande y cuatro shitaris. Cuando el tigre llegó junto al tronco, la carachupa le dijo: “ No me comas, tío tigre, te voy a dar estos cuatro shitaris; abre tu boca y cierra tus ojos”.

         El tigre hizo lo que le decía su sobrino carachupa y éste, en vez de los shitaris, le soltó la piedra y le rompió las muelas. El tigre, reanimado luego del golpe, volvió a perseguir a la carachupa; la cual, viendo que el tigre: iba a darle alcance, se paró y el dijo:”Espera tiíto, espera tiíto; quiero leerte esta carta que acabo de recibir.

        Escucha......”  ( La carta era una hoja en blanco de setico). La carachupa leyó en voz alta: “ Amigo carachupa: Te escribo para avisarte que en este momento va a haber un diluvio para todos los tigres, sin excepción”.

         Luego, dirigiéndose al tigre, le dijo: “ Ya ves, tío, corres tremendo peligro; sube inmediatamente a este árbol; entonces, la carachupa sacó un fósforo de su bolsillo y encendió el árbol diciendo al tigre: “ Tío, ya viene el diluvio, Ya viene el diluvio”.


        El tigre murió carbonizado y la carachupa regresó al río a pescar de nuevo, tranquilamente.



Sesión de Aprendizaje: Planificamos nuestra narración como testigos



Posterior a la entrevista se crea el texto de la misma:


domingo, 14 de agosto de 2016



SESIÓN DE TUTORÍA: Factores de Riesgo y de Protección (15 de agosto)






Noticia sobre testimonio de adolescente en superar  drogas




Factores de Riesgo y de Protección

lunes, 1 de agosto de 2016



Sesión de tutoría: Una Vida sin drogas, es saludable

NACIÓ EN MOTUPE HACE 32 AÑOS: PERUANA COMANDA SATÉLITE LUNAR QUE ESTARÁ DOS AÑOS EN EL ESPACIO
Escribe: Semanario Expresión el 20/09/13

Perteneció a un hogar muy humilde y pobre a la vez;  estudió en colegios rurales, lo que no significó que no pudiera superarse como ser humano. La clave del éxito son el esfuerzo y la dedicación, porque los recursos siempre están allí, solo es cuestión de buscarlos y aprovecharlos.

Fuente: http://www.semanarioexpresion.com/Presentacion/noticia1.php?noticia=3028&edicionbuscada=832

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Estimadas alumnas, la anterior historia identifica a un personaje exitoso de nuestra localidad. Les invito conocer más historias como el de ella en el siguiente video: