Sesión de Aprendizaje:
Planificamos una crónica sobre la
Multiculturalidad
Estimada alumna, lee en silencio y contesta las preguntas en tu cuaderno:
Imaginemos que el hombre descubre un nuevo planeta y se solicita voluntarios para ir a reconocer ese planeta.
Los que nos quedamos en la Tierra quisiéramos saber cómo es ese planeta, ¿no? Entonces los que realicen el viaje nos enviarán relatos de lo que “han visto”.
Pero sucede que los habitantes de dicho planeta no están de acuerdo con lo que afirman los lejanos visitantes así que ellos también empiezan a producir sus versiones de que su propio contexto.
En ambos casos, originarios y foráneos tienen dos grandes retos:
¿Es común/sencillo entender a los que son diferentes a nosotros?
¿Cómo explicas un hecho que para ti puede ser común a alguien que no es de tu contexto, que ni siquiera puede imaginar tu contexto?
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Recuerda que las crónicas han de buscar las historias particulares de personas que necesitan ser atendidas. Como diría el escritor Carlos Monsivais, desde un aspecto moral:
(La crónica da) voz a los que no la tienen: los pobres, los indígenas, las mujeres discriminadas, los jóvenes desempleados, los trabajadores migratorios, los presos, los burócratas menores, los campesinos.
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Te recomiendo que leas el siguiente texto, es otro ejemplo de una crónica “Los últimos iskonawas” de Marcos Sifuentes, esta crónica periodística le valió al periodista el premio Salwan, que recompensa los reportajes
periodísticos sobre pueblos indígenas amazónicos:
"LOS ÚLTIMOS ISKONAWAS"
Ya casi nadie habla el idioma iskonawa: solo cinco ancianos, dos de ellos sordos. Cuando mueran, con ellos se extinguirán sus canciones, sus cuentos, sus piropos, su forma de pensar, todo. Será el fin de su mundo. Esta es la historia final del pueblo iskonawa y de cómo un puñado de personas en Ucayali está intentando rescatarlo de las cenizas.
Texto: Marco Sifuentes / INFOS
Fotografía: José Vidal
EN EL INICIO DE LOS TIEMPOS, el páucar asesinó a todos los jóvenes que se le acercaban, disparando las plumas de su cola como flechas.
—¡Chiseketereeee! —decía acribillando a decenas de jóvenes desnudos, que caían muertos al pie de su árbol, un gigantesco árbol de maní—. ¡Ashpaketereeeee!
Cuando ya no quedaba casi nadie vivo, se acercó un anciano hechicero al árbol gigantesco. El páucar lo miró un rato con sus ojos azules y luego le apuntó con la cola negra y amarilla. —¡No me matas! —gritó el anciano, llamado Hanobo—. Solo quiero tu maní.
El páucar, agradecido de que por fin alguien se dignara a hablar con él, no solo dejó que el hechicero y su gente recolectaran el maní. Además, les enseñó a sembrar, a cocinar sus alimentos y a preparar la uma (un especie de chicha de maíz fermentado y plátano maduro).
Desde ese día, la gente de Hanobo se llamó a sí misma “iskobakebo”, que significa “Hijos del Páucar”.
Ahora, las tres últimas descendientes de Hanobo llaman a su pueblo “iskonawa” (algunos escriben isconahuas). “Isko” es páucar y “nawa” es foráneo, extranjero o, quizás, exiliado.
(…)
Los shipibos y los iskonawas hablan idiomas parecidos pero distintos.
HACE TRES AÑOS, el lingüista Roberto Zariquiey, especialista de la PUCP en lenguas amazónicas, estaba trabajando su tesis de doctorado en Ucayali, cuando le pidieron ayuda para una shipiba. Zariquiey fue al hospital de Yarinacocha y allí conoció a Nelita Campos, que estaba muy grave.
—Yo no soy shipiba —le dijo Nelita cuando empezó a recuperarse—. Iskonawa soy.
A Zariquiey se le encendieron todas las alertas.
¿Quedaban iskonawas vivos? En algunos catálogos idiomáticos el iskonawa figura como extinto. Los iskonawas contactados en los 50 se habían desvanecido, desperdigados por todo Ucayali.
Por medio de Nelita, durante tres años Zariquiey se dedicó a reunir a los últimos iskonawas "contactados".
Su proyecto: la documentación, el registro y la revitalización del idioma iskonawa. A través de la PUCP, donde es profesor del Departamento de
Humanidades, y la Tufts University, consiguió un financiamiento de la National Science Foundation.
Según The Economist, salvar un idioma cuesta 192 mil dólares por un trabajo de tres años. Zariquiey y su compañero José Mazzotti, investigador de la Tufts, no han conseguido tanto dinero. Pero tienen un plan.
ANTEAYER, llegamos al Zambito, una ex discoteca convertida en albergue en el caserío de San José, a 40 minutos de Pucallpa. Aquí, una decena de iskonawas, reunidos desde distintos rincones de Ucayali, está
trabajando junto a Zariquiey, que les paga una remuneración semanal por su tiempo.
De los diez, solo cinco, los más viejos, hablan iskonawa fluidamente y aseguran pensar en ese idioma. De ellos, dos, los varones, están casi sordos. José Rodríguez, que alguna vez se llamó Chibi Kanwa, se sienta y mira al grupo con una sonrisa. Pablo Rodríguez, esposo de Nelita desde que ella tenía 10 años y él 15, escucha un poco mejor pero, la verdad, tampoco aporta mucho.
—Ya está viejo mi marido —se ríe Nelita.
Lo cierto es que las mujeres iskonawas parecen envejecer mucho mejor que los hombres. Nelita, que ya debe pasar los 60 años, conserva una larga cabellera azabache. Más sorprendente aún es Juanita, la mayor
del grupo, que ya tenía hijos cuando llegaron los misioneros en el 59 y que tiene solo una que otra cana por allí.
"Mi irukuin" es una forma encantadora de expresar simpatía, afecto, cariño. Si el iskonawa desaparece, nadie volverá a piropear así a nadie. Nunca más. Esa forma de amor se habrá perdido para siempre.
Salvar lenguas es, cada vez con mayor apremio, una emergencia cultural en un mundo en el que, gracias a la globalización, algunos calculan que el 90% de idiomas habrá desaparecido dentro de 100 años.
En el Perú, tenemos una gran riqueza idiomática: según la Unesco, albergamos más de 60 lenguas, la mayoría amazónicas (un fenómeno curioso: en las zonas calientes del planeta hay más diversidad de idiomas).
La mayoría de ellas, también, en serio peligro de extinción.
Los iskonawas que trabajan en el Zambito se han dado cuenta de que rescatar su idioma también tiene un lado práctico. Necesitan hablar iskonawa para demostrar que pertenecen a una etnia con derechos.
Durante décadas, hablar iskonawa fue motivo de vergüenza, una evidencia de su pasado "calato". Para adaptarse tuvieron que aprender y usar el shipibo. Por eso, aún hoy, que se han convencido de la importancia de su propio idioma, a los iskonawas les cuesta no mezclarlo con el shipibo.
Salvar un idioma no es fácil. Especialmente si solo quedan tres personas que lo usan para pensar.
(…)
La única pequeña luz de esperanza se llama Ian, el nieto de Nelita, de 3 años, que corretea por ahí hablando un poco de iskonawa. El mundo de los Hijos del Páucar se niega a morir.
Ya nos hemos despedido cuando Juanita, Isabel y Nelita nos sacan a bailar un último rewinki. Bailamos abrazados en círculos. Ellas cantan una melodía que suena a pájaros, a felicidad y a hasta luego. Me da vergüenza preguntar por la traducción.